El insulto en la política

A raíz de lo ocurrido  hace dos días, cuando en medio del plenario de comisiones que discutió el acuerdo con Irán, el dirigente el cuervo Larroque le gritó "Atorranta" en pleno debate a la diputada del pro Laura Alonso, es que me puse a reflexionar, excluyendo a la situación de la presidenta por ejercer el rol que ocupa, sobre el insulto en la política y en el debate publico.

Es que ya nos decía  Aristóteles en su retórica, que las palabras corrientes comunican lo que ya sabemos. Solamente por medio de las metáforas podremos obtener algo nuevo al comunicar ideas, sensaciones o imágenes para las que no tenemos palabras específicas. Pero en el caso del insulto (del latín insultāre, saltar contra, ofender) nuestras palabras están destinadas a ofender a alguien provocándolo e irritándolo ya que constituyen una conclusión en si misma. 


Constituyen parte de nuestra vida cotidiana también. Basta ver el tráfico urbano, los partidos de fútbol, en las broncas barriales para darnos cuenta de ello. Incluso en el ámbito intelectual, el propio Jorge Luís Borges nos detallo en “el arte de injuriar” con una a anécdota que la comparto. En un bar inglés,  dos tertulianos discutían sobre teología cuando uno de ellos le arrojó una copa de vino al otro, ante lo cual el ofendido se limitó a replicar, con notable flema inglesa: “Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”
Pero es en el campo de la lucha política, tanta en el parlamento como las que se escenifican en los medios masivos de comunicación y en las redes sociales donde hay que prestar atención. En este sentido, es que para considerar un insulto se debe tener en cuenta los contextos comunicativos específicos y  la percepción que los destinatarios realicen de ese lenguaje ofensivo. Vamos, que los argentinos  sabemos muy bien que usamos expresiones que puteamos hasta para elogiar a las personas. “Que golazo metió ese hijo de puta” “Como canta ese guacho” “Que boludo que sos ehhh”. Son expresiones de moneda corriente en nuestros días y que en muchos casos, aunque no lo creamos, son percibidos dentro de un contexto de familiaridad y confianza.

Ya lo tenia claro Habermas cuando nos alertaba que el ataque ad personam, va en desmedro de la búsqueda cooperativa de consensos racionales entre los discursos. Algo que lógicamente puede encontrar su punto más álgido en contextos polarizados. Es decir, en este último, el insulto es mas propicio y recobra más valor porque los bandos opuestos tratan de legitimarse, especialmente a través de la estrategia de “nosotros” versus ellos”, con lo que se definen a sí mismos y a sus adversarios en la lucha por el poder y la influencia social en la esfera publica. No obstante, no es el escenario actual de la política argentina, donde asistimos y participamos en un contexto de partido predominante unipersonalista y sin embargo, pero y sim embargo: siguen siendo moneda corriente entre nuestros políticos.
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Algunos ejemplos históricos que nos ilustren…




Cafiero atacó duramente a los radicales en la campaña y dijo."En la oposición son unos fenómenos y en el Gobierno una cagada".





 José Luís Manzano, dijo también en un discurso ante peronistas, que "Si el presidente continúa favoreciendo la usura, la banca y el Fondo Monetario, entonces se habrá trans formado en un gran hijo de puta para nosotros".






 
Pero el quizás el mas recordado por todos nosotros, sea aquel producido el día 1 de mayo de 1974, cuando con dos palabras. "imberbes" y "estúpidos", Perón rompió lazos con aquella "juventud maravillosa" encomiada desde el exilio.


  Conclusión:





“El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe” dijo alguna vez Diógenes de Sínope.



 





     Es que en efecto, siempre nos hemos visto identificado con la premisa que sentencia que: recurrir al insulto y a la descalificación personal,  aun a vísperas de comprender el contexto, es la mera constatación de la falta de argumentos para sostener un debate público. Es demostrar que no tenemos la suficiente capacidad para honrar el lenguaje y respetar la palabra. Es reconocer que puede más el rencor personal que el valor institucional.

Schopenhauer nos diría: “Quien insulta pone de manifiesto que no tiene nada sustancial que oponerle al otro; ya que de lo contrario lo invocaría como premisas y dejaría que el auditorio extrajera su propia conclusión; en lugar de ello, proporciona la conclusión y queda debiendo las premisas”.



Del mismo modo que al insultado, en la participación en el espacio público, le cabe la responsabilidad de ponerse por encima de esos agravios. Responsabilidad que no siempre encuentra la posbilidad de ser ejercida, como nos revela Sebastian Bertran Lamas, director de Vab-Consulting., en la contestación de la diputada Laura Alonso.

Habiendo entonces trastabillado en la ecuación logica de la construccion del mensaje y, en cualquier estrategia de reputación personal en la esfera publica, es casi de carácter obligado a nuestro entender, como especialistas en Investigación & Comunicación pública, el establecimiento de la disculpa publica a modo de terminar con el infortunio acontecido.


Se aplicara esta máxima a los lideres de la Campora?

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